por el cúmulo de bellezas repentinas/ y se adormece
Hölderlin
I
empuja –suavecita- esas crenchas de
parecía tener el mismo fierro
del río oscuro y helado de la cruz
que achuraba las reses en el barrio
Mataderos. Colgaba cumbianchera
en los vidrios de tiendas tenebrosas,
porque la luz es poca de mañana
y confunde a los tipos que trabajan
con los sueños temidos, donde todo
cabe con desperdicio. En los camiones,
las cámaras heladas y colores
brillantes: variaciones del rojo-
rojo-rojísimo-oscuro en las uñas
(repite las estrellas, los ladridos):
alambrados del puente, donde vive
una jauría loca entre los autos.
del Riachuelo.
resinosa y pesada de la piel
culebra que refleja el mal estado
sanitario de las estrellas en el
fondo.Y la sangre le cuelga al hombre
cansado, que ve la copa volcada
donde el tajo le repite los sueños
de la noche anterior en la cabina.
donde le pica el miedo. Piensa cosas
feas sobre sus hijos en la escuela.
En el Renault azul, en la guantera
tiene una oración densa y macumba
al lado del gatillo fácil. Blanco,
el edificio calza como un guante
en los párpados fieros del halcón
pobre. Tiene temor a la música
que bailaba en las noches lindísimas
con pasión tropical. Le asusta mucho
el ritmo que sacude las banderas
del gauchito Gil, rojas si parecen
pájaros lastimados y manchados
de todas las batallas que en cielo
hay. Lo están persiguiendo y aunque teme,
no sabe que en la noche transpirada
un disparo descansa en su pulmón.
cenicienta, y polillas que migraron
de la selva del Chaco en un vagón,
cubren la propaganda de la iglesia
de Brasil con su manto de una pieza,
milagroso y de seda de Jesús.
el cuero pordiosero, reventado
en la luz caprichosa de la piedra
-la luna- que le toca los piecitos
curtidos y descalzos. Le dibuja
el sueño un bosque terrible de pánico
dorado. A mí me cala hasta el hueso
la flaquita que empuja desde el árbol
su cuerpo muy liviano y transparente,
si lo comparo al auto que acelera
en la boca del tren. La florería
tiene a San Expedito recortado
del diario en el nicho fluorescente,
que hace el local al final de la calle.
mientras los pajaritos se secaban
y revolvían tierra a la mañana.
llamaba a los perdidos, como siempre
a la fiesta de los cañaverales.
nazareno. ¿Es la sangre, la primera?
Torcemos con amor el vuelo de los
pájaros. Ella es bien bonita, sabe
herir a los pendejos. Tenemos que
dormir en una calle abandonada.
Es fácil engañarnos, algo como
nuestro celo se da en cualquier lugar.
Vi a los guazunchos cerca del Bermejo
temblar, entre los pastos y la ruta,
alto y furioso Chaco de la sangre.
sanaciones, bondades. La linyera,
que deja papelitos recortados
-el gesto puro, sin el dramatismo-
en los muslos piadosos del pasaje.
Tira su prédica imbécil al tacho:
a los paseantes graves que vigilan
las margaritas chanchas, al soldado
raso, desvanecido en el ejército
y en su uniforme feo, ¿a quién más
elige
gaúcha de frontera y santa de almas-
murmullo? Caridad de caridades,
todo es ofrenda, entreveros y obrar.
del infierno, son locos y los quieren
matar porque parecen lobos, tienen
rabia. (No ellos –hermanos míos-, no ellos.)
Es la sangre, que bandida en el álamo
tira suave del vestido amarillo
colgado en la vidriera, y el reflejo
parece un esqueleto que se mueve
con la cumbia de Ella, hermosa y justa
mientras las empleadas, muy cansadas
ordenan las polleras de color
rosa, y la tarde cae mal cromada.
estaban enterradas en el cielo.
Es que el mundo rebota en los camiones
que hacen crujir las ánimas pequeñas:
desde la selva Amazonas, hasta los
monoblocks de los siete continentes.
aturdido, la lengua de la boca
se le derrite en luz por
(Cruz), y no da la palabra. Estaba
preciosa de bailar, la noche loca.
Aunque la luna ponía a las chicas
chupadas, hasta que diera el fierrazo.
No me mires a mí, son 300 las
cuadras de caravana, y la luz blanca
nos partía en mil besos. Era mil veces,
era una saliva interminable. Se
dormía de mamarse en esas zanjas,
entre las casas chetas. Me besó
los dedos y la boca, era un campito
tranquilo, una farmacia de colchones
celestes, como nubes. ¡Bajá kid
volado!, o el alma dos veces se te
va a ir por el caño, donde traga la
luz lo que queda de noche: la piba-
luna, enamorada, oscura. Parece
tibia en el caserío con los autos
de fondo. Le partían luciérnagas, se
dormía en la saliva de cenizas.
Las flaquitas transaban en un flash
lentísimo de luna. Las púas del
viento ponían ténebre el aliento
y el aire las transformaba, y decían
cosas muy tibias en lenguas, amantes.
corderos que caminan por mi rosario,
el arroyo Morón baja hasta el fondo
del conurbano, lleva la resaca,
la canción porno-teen de las muñecas:
te vas a lastimar la boca, nena
si seguís a los besos con cualquiera.
Real es esta calle, la fierrada
en estilo peronista, y ajada
les da sombra a los pillos de ciudad
Eva. En pito se apuran se pelean.
Hay un polvo de locos en la orilla
del río y el boliche, donde toma agua
Quilmes y el sur, el conurbano Buenos
Aires. La fiera refleja en luces
unas llantas terribles (bailan cumbia
del Traidor), y la hermosa evangelista
se confunde en las rayas de la luz.
Un revoltijo emotivo la mueve.
gozar), hay una llanura que no acaba
en las pibas rojitas, repetidas
en la televisión de vigilancia.
Qué extrañas son las figuras, loquitas
deprimidas por cien vasos de alcohol
cuando en el baño peinan y se arreglan,
en el helado espejo fluorescente.
Les besa la mejilla, el mundo. Es una
carroña, el mundo es una sangría.
La sangre hace un sonido de papel
de seda cuando cae en el suelo. La oye
el perro, la huele. Pica la nariz.
Y la redonda gota (plic) se estrella
en la vereda. Atrás -como si el chino
la primavera fuera- florecen los
charcos del líquido fuerte y sutil
que mancha más, que apenas puede oír
la chica que bebía. Hay un sonido
que se esmerila, chilla y no acaba.
Es la sangre, que bandida en el bosque
calienta los huesitos femeninos
que querían boxear, y devolverle
cada lágrima fea al tipo ingrato.
Se va a guardar un toque el corazón
para que no le duela, la campeona.
La pollera amarilla le va en gracia,
tiene una petaquita, la rabiosa.
La luna hace sombritas en las cañas,
donde la piba besa al más zarpado.
se desploma, está aguada. ¡Caballito!:
paragolpes cromados te enceguecen
con los soles lejanos que no viste.
Y tu dueño cansado mueve el lazo,
¿para qué? El monumento al gaucho Gil
le pone el color (rojo) al camión blanco
del municipio, banderas de sangre
para el bruto caballo, que cansado
despidió el mediodía con el cuero
recalentado, hirviendo y sin saber
que un día así tenía que morirse.
Mirá los perros, ahí: son bandidos.
La carne enfriada los confunde,
quieren zafar una presa. Los pobres
-oliendo la faena todo el día-,
y de noche, esos cuerpos se volvieron
formas, figuras heladas. Rastrean
con los hocicos pegados al piso
las huellas derretidas del torito
frío. Ya muerto, los burla en la cámara.
Y no sé... pero lloran, los cachorros
porque esta tierra dura no respira.
Tienen las cuencas llenas de despojos,
les obsesiona amar las piezas blancas
que retozan en campos y praderas.
Espíritus, vapores de la sangre,
embutidos. Les queda el cuerpo chirle.
de fantasmas, de ruidos parecidos
a nuestra falta silvestre, la roña.
porque la roña es casa y alimento?
que dejan los días y el trabajo?
porque tiene huesitos blandos, deja
que la luna desangre en la rodilla
la promesa enroscada de los días.
Yo no quiero, pombero (¿tus vísceras?)
que vengas y me lleves a la sombra
íntima y final que hay en la siestas
heladas de calor, entre los árboles
ni que violes mi edad, ni la violencia
que la sangre dormida y cruda es.
el pibito reloco que pedía
monedas? ¿Dónde vive?: en la avenida
Sáenz hacia el puente Alsina, el riacho...
II
de la vía del tren, come los yuyos
duros. El botellero toma vino
y piensa: “caballito, siempre al beso
de la tierra, yo sueño con el ritmo
de tus patas trotando, yo no quiero
darte mi látigo como caricia”.
Es la sangre mamífera, es la sangre
espesa la que sueña con la niña
en los ojazos clavados al final
de la bestia, agotada entre las vías,
donde el pibe gritaba cosas locas
a una chica en remera musculosa.
que veneran. Los veo con las telas
del rojo del sufrir, del celestial
celeste de los cielos, las pestañas
bajas. La porcelana es material
fresco, todos los santos tiene piel
fría. Las santerías me dan miedo.
Son como tumbas abiertas del cielo.
Un cementerio de las nubes, nada.
No hay que darle a Satanás
lugar, ni palo donde el muy carnudo
pueda orinar su pito satánico,
ni en la estación de tren, ni en la autopista.
La cúpula en la cruz del edificio
se corresponde y sufre ¿o no sufre?
con la loca y el vago y el ratero
y la chica cansada, que ni piensan
en la iglesia, ni el Cristo ni los cardos.
perros que se van a husmear el calor
que fugaz dejan los cuerpos sensibles.
Es un murmullo liviano, ¡qué olor
a las alas doradas que les nacen!
Se van a ir al infierno, en el medio
del camino de nuestra villa. Claro,
que el solazo en la frente les señala
por dónde deben ir. Los eucaliptos
hacen la guardia romántica, mueven
las ramas, y unas mil tumbas los miran.
Esperan en la punta de los árboles
a que les toque ir al cielo. Dejan
caer sobre quien reza una ceniza:
Reales: navidad, Pentecostés...
No quieras de los cardos rojos, leche
curtida. No es tu vara, el cuero tierno
de los santos que velan las almitas.
la vida entera. Estás narcotizada,
narcovolada, narco-angelada,
y volás por los cables, pajarito.
Si al calor de los días más barrocos
se pasean en cuero con remera
atadas a la cabeza, y el soplido
que empujaba las alas de los ángeles
al paraíso, acabara –cesara-
un día de verano: ¿Qué dirías?
con el brillo más lindo de la costra.
va, como una adolescente fingida y
melodramática; deja besitos
en las lunetas de los automóviles.
Es la sangre –bonita- un incidente
de algodón, en el fierro le da paz:
de Dios. Hay en el parque unas piletas
vacías, que en el verano estuvieron
llenas de nadadores y sus ropas
de colores, lindas chicas, chicos
y ladridos de perros asustados
por los gritos que andaban reventando
el aire viciado de la autopista.
Los arcos de cemento y las grietas
secas al sol de invierno son las venas
celestes y tristes con las que juega
una mirada de cerveza tibia.
hinchadas. Hay una cumbia violenta
que le late en la voz, pero romántica:
no toques ese amor/ que te quemás!
El cielo le regala a los ojitos
(los ojos) de la piba que no está
el lomo de los perros a la lluvia:
un resplandor hermoso, una especie
de charco (de charquito) donde viven
animales pesados y fugaces.
y las polillas mastican el roce
de la cálida noche que tropieza
con las nubes más grises de Matanza.
ve en la vigilia agotada, canciones.
se mueven desnudados y agresivos
en el silencio que los cuíses rompen
con sus ladridos rasposos, de ratas.
muerto en la fotografía rugiente
de camiones repletos de animales
lastimados! Las noche se conmueve,
toda ella, de un folklore brutal
-motorizado. “Piba. Florecita
de jazmín y de vaca degollada.
Florcita de la sangre, mi bandida...
acaba como si fuera pequeño,
y tuerce al esqueleto de la ruta.
al costado del parabrisas, pone
a los santos ruteros en su nicho
de madrecita muerta,
y sólo un par de perros cascoteados
se refugian debajo del vestido
correa de los muertos. Las estrellas
en el dorado baldío están
preciosas, si no fueran a morir...
a cazar pajaritos y pendejos.
Cuando escribo sobre ellas, respiran
un silbido muy grave que no sé
más que una idea primitiva y lenta
diferente a la gracia, a la furiosa
marca de la realidad, como una chica
canta canciones de cumbia villera
y son las nanas, canciones de cuna en
barrotes, restos de cuentos de Europa
y temores oscuros: a la muerte,
la ferocidad no escrita del mundo.)
dejan huellas las rutas, cuando duerme
la sangre. Si es que duerme, la bandida.
III
no hay resto, si todo es sobra y vive en la
basura. Hay cartones y unos chanchos
entre cañaverales y las casas.
La madre joven lava al hijo sucio.
Ella es joven y está nerviosa, el niño
llora histérico. Cuando se cayó
a la zanja lo corríamos para
sacarle el pantalón, y hacer con él
un barrilete, y lo electrocutábamos
en el cable de alta tensión que cruza
las casas infelices de ese orbe
conurbano ¡Mamita, mi mamita!,
no para de llorarle a la chica
tan jovencita y linda, que le limpia
el cuerpo embarrado. Y nos enamora
con la crencha larga y oscura. Chica,
estamos de pie ante una imagen que es pura
iconografía rusa. En Bizancio
sabían bien que había que quemar
(darle fuego) a la representación
toda: ninguna imagen, no, ninguna.
Ninguna posibilidad para que
esta miseria sobreviva en nadie:
una imagen piadosa, sensual, tierna.
.....
Las vi deshacerse en las avenidas
alcoholizadas, mientras las caricias
pasaban por las manos y las caras
por el pelo y las rodillas. Los padres
se estremecían, eran rabiosos
gordos que caían encima de los
chicos. Bestias desmayadas y brutas,
los aplastaban sin belleza, nada
de la musculatura y el brillante
amor, sino el cuerpo muerto tirado
con los ojos cerrados, boquiabierto.
Las jaurías les muerden los tobillos.
Hace un calor del infierno. Las únicas
vírgenes que iluminan son aquellas
que arden. No: la única iglesia que
ilumina, arde. Mansamente baja
la mirada y acepta que la quemen
las luces dolorosas y terribles
de la madrugada de pies rosados.
son chatarra abandonada, las chapas
oxidadas son almas de cadáveres
aunque sean de hierro. Un carro hace
la sombra al sol herido en la barriada.
No lo ven los insectos, ni siquiera
lo ven los automóviles que están
muertos. El resplandor de color rojo
-es la sangre, bandida que se pinta
en los labios, los labios de la luna.
......
Hay una dulcísima Giovanetta
en la ronda con una cerveza en la
mano, cuenta una historia de la ex
de su novio, escucha con agrado
las risas, está muy borracha, el mundo
la acaricia, se va a quedar dormida.
los ojos en tornados). Dos varones
la meaban, por un instante es una
fuente, una escultura. No hay maldad,
no hay una chica sometida, hay una
ninfa terrible y dos diablos. Es suave
cuando la piel se estremece antes de
ser penetrada (1), ¿hay algo antes de
la conciencia. ¿hay alguna cosa? Gime,
la violencia hace obras, hace ondas,
se vierte en el anillo urbano. Finge
iluminar el musgo de los postes
de luz. La botella parece dar
forma primera a un bosque carroñero.
(1)
“...entonces/ el animal cae vencido/ por el cúmulo de bellezas repentinas/ y se adormece” (Hölderlin)
definitivamente sos la leche.
ResponderEliminarme encantó!
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